Santiago 20 de Octubre del 2020
Estimados socios, amigos y padrinos de la Corporación:
Ante la vista de las violentas imágenes de dos antiguos templos patrimoniales ardiendo en llamas, sumado a la destrucción anterior de una casa patrimonial transformada en universidad y un museo de gran raigambre popular como lo fue el museo Violeta Parra, gracias a la intervención consensuada de “manifestantes pacíficos” y luego de sofocar el sentimiento de rabia primero e impotencia y estupor después, siendo testigo del actuar de un Chile nuevo que no respeta su pasado, ni su presente, que no proyecta su futuro, que no tiene referentes de conducta cívica, y que sólo reclama derechos y no asume deberes básicos para asegurar una sana convivencia.
Es el mismo país que no puede comunicar sus ideas, porque carece del lenguaje apropiado y solo aprendió a “echar la foca”o a manifestar su voluntad haciendo piras con objetos sagrados, como esos pueblos salvajes que buscan en el fuego toda respuesta a lo que desconoce.
La quema de edificios patrimoniales es la continuación natural de la voracidad destructiva de nuestro pueblo por parte de la horda anti sistémica, que con furia, se enorgullecen de destruir los referentes de la identidad, de la cultura y los vestigios de un pasado. Esta falta de identidad nos lleva a imitar lo que nunca hemos sido, o lo que nunca llegaremos a ser, si no aprendemos de los errores que hemos cometido históricamente.
Para comprender esta carencia nacional pienso que los bienes o edificios que hoy son depreciados y destruidos, principalmente caen porque ya para mucha gente no significan nada, principalmente porque no se conocen o se les ve un uso puramente utilitario
Reconocer los orígenes, respetar a los héroes que forjaron nuestra nación, las creencias religiosas propias o de los demás, venerar el esfuerzo de los antepasados por producir un mejor país para sus descendientes, enorgullecerse del patrimonio arquitectónico y de la cultura país, respetar la propiedad pública y privada, requiere un proceso intelectual y un mínimo de sensibilidad, además de ser un signo de civilización medible, que debe ser alentado desde la infancia y perpetuarse en una posta incesante de transferencia de datos, de lectura, con hábitos virtuosos, que enriquezcan la cabeza de un niño en etapa de formación. De ahí surgen los juicios de valores certeros, los puntos de comparación y las ideas que cementan el conocimiento real de las cosas, el criterio y la recta conciencia.
Hoy la realidad virtual, en que se forman los jóvenes proviene del algoritmo de las redes sociales, de las amistades, de la farándula, del carrete, pero el aporte real de la familia como núcleo de transmisión de valores formativos y de la escuela como ente formador e instructor, se ven debilitados por la presencia de estos nuevos integrantes y los capturó el precoz consumo de las drogas. Es por eso que el patrimonio no significa nada para ellos porque no se puede amar lo que se desconoce.
A veces pienso que esa constante apatía y desidia nuestra hacia estos temas, el no asumirnos como somos, de querer vivir en base de mitos inexistentes, encumbrados en el mínimo de tiempo y no ascender paulatinamente con los escalones que permite el esfuerzo, el trabajo y la cultura asimilada desde la infancia, está matando nuestra evolución ciudadana y perjudicando paulatinamente nuestra convivencia y por consiguiente logrando la infelicidad de los que no tienen ya espacio ni referencias para surgir en todos los ámbitos de la persona humana produciendo frustración, resentimiento y odio.
Creo que como nación deberíamos asumir finalmente nuestra calidad de mestizos y desechar el concepto de “ingleses de América del sur” o el de la “bravura araucana” ya que está comprobado que por nuestras venas corren sangres de muchos orígenes y que eso es un elemento de unión transversal, que nos ha generado virtudes y defectos reconocibles, pero que nos alienta y nos obliga a salir adelante con éstas cualidades y a superar las malas prácticas propias de este maridaje, es más: las soluciones a las que estamos llegando, distan mucho de las que aplicarían los anglosajones en su tierra.ni los viejos y sabios caciques indígenas.
A lo mejor así recuperaremos el aplomo y el apego a la realidad, aprenderemos a oir críticas que nos hagan ser mejores y a reflexionar sacando propias conclusiones, aprenderemos a cuidar la naturaleza pródiga en belleza que nos ha sido dada, como nuestros ancestros mapuches y de paso recordaremos que de nuestra gente salieron grandes poetas, hombres valerosos que dieron su vida por Chile, que tuvimos humor y buen trato entre nosotros, cualidades que hoy abundan en los inmigrantes pero que escasean en nuestros compatriotas, que redactamos nuestras leyes en paz ,que nos llevaron por siglos en una senda decente y prospera, que aprendimos a rechazar a los que nos quisieron imponer ideas foráneas, caducas y opresoras, que nos unió siempre la adversidad producida por los embates de la naturaleza y las guerras y que, hace muchos años, que la gente de Chile no requiere emigrar, como desgraciadamente pasa en otros países vecinos y nos hemos convertido en refugios de personas que ven nuestro país como un oasis a pesar de tantos problemas.
Las personas que trabajamos en cultura, sabemos cómo remediar esta situación y sentimos una gran responsabilidad sobre los hechos y una enorme impotencia sobre la perdida de estos valores, que no han permeado lo suficiente en nuestra sociedad, por falta de difusión, porque se contraponen a las ideologías de moda, pero no contamos con el apoyo suficiente de las autoridades y de los particulares para instruir y difundir el amor por el patrimonio cultural. Tampoco es una opción válida la cultura que no sea ideologizada y con beneficios políticos evidentes y por eso esta ha sido relegada como prioridad una y otra vez.
Mientras esto no cambie seguiremos viendo la caída de nuestros templos, de nuestras instituciones y veremos reaparecer la mediocridad, la pobreza de espíritu y la incultura que a la larga es la base del problema que se pelotea de gobierno a gobierno
Francisco Monge Sánchez
Presidente Corporación del Patrimonio Religioso y Cultural de Chile